Aurelio González Ovies, poeta asturiano y trovador de sentimientos, ha esbozado un guiño a los clásicos y, con Narciso, nos evidencia la importancia de adaptar la poesía para acercarla a cualquier edad.
Narciso era el muchacho
más bello de la Tierra.
Vivía en las montañas
de la lejana Grecia.
No le faltaba nada,
era libre y feliz;
todo lo que quería
lo podía conseguir.
Un día que cazaba
venados por el monte
el Eco repitió
y repitió su nombre.
Él no quiso escuchar
y se acercó a beber
y en las aguas del río
se refleja y se ve.
Quiso coger su pelo,
quiso tocar su cara,
quiso besar sus ojos,
¡pero todo era agua!
Era sólo un reflejo
y un reflejo es de sombra...,
si te mueves, se mueve,
si te apartas, se borra.
Lloró y lloró y no quiso
marcharse de aquel sitio.
Y se convirtió en flor
eterna junto al río.
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